El caudaloso Río de la Plata es de los más anchos del mundo. Sus más de 230 km. de ancho y 320 de largo lo califican como el estuario más grande del planeta, y aunque en sus dos orillas se lo denomina río, no en vano cuando la marea permite el ingreso de las aguas del Atlántico muchos lo llaman mar, sobre todo en Montevideo. Alimentado por las aguas del Paraná, del Uruguay y de inmensos humedales que forman una extensa cuenca hidrográfica, está rodeado de tierras fértiles y extensas praderas.
A su vera se alzan dos importantes capitales, Buenos Aires y Montevideo, y un sin número de otras ciudades, tales como la histórica y emblemática Colonia del Santísimo Sacramento, en el lado uruguayo, fundada por portugueses, como rezago de los sesenta años en que Felipe II fuera rey de España y Portugal, debido a los intrincados entrelazamientos monárquicos en que los Habsburgo tuvieron parte destacada y en la época en que toda América fue Imperio Español.
Durante muchos años creí que su nombre, Río de la Plata, se debía a que durante las mañanas, visto desde algunos lugares, sus aguas se transforman en un espejo del sol, no se logra ver el agua, más sí una enorme, brillante y centelleante superficie argentina, solo años más tarde supe que su nombre se originó porque desde ahí partían expediciones de los primeros descubridores rumbo a las minas de plata de la región y del Alto Perú.
A mis veintidós años de edad, en 1980 después de una larga formación y luego de haber cumplido varias misiones en otros destinos, arribe al Río de la Plata, con la finalidad de desempeñar varios trabajos para la entidad Cívica Cultural, a la que pertenezco, esta es la gloriosa TFP, Sociedad Ecuatoriana de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad. En la Argentina y en el Uruguay transcurrirían importantes años de mi vida al servicio de los ideales que han sido la finalidad de mi existencia.
Para entender la óptica desde la cual haré estos comentarios, es necesario entender la visión de la TFP. Esta institución actúa en la sociedad civil promoviendo los principios que sustentan una Civilización Cristiana, esto son la Tradición, la Familia y la Propiedad; considerados fundamentos básicos para construir un mundo conforme al Evangelio, sus actividades son múltiples destacando la denuncia de las distintas metamorfosis del socialismo internacional, la formación de familias y juventudes cristianas para que vivan en coherencia con estos principios. Centraré los comentarios, observaciones y reflexiones personales un poco en las actividades de la TFP en estos países.
También, es bueno entender, antes de entrar en materia, cómo es la vida de una persona en las filas de la TFP, si bien se identifica como una entidad de carácter Cívico Cultural, su práctica de vida es profundamente religiosa, por lo que la vida interna de la TFP, está marcada por un ordenamiento y práctica religioso – monástica y un gran activismo exterior.
Cuando llegué a esta gran capital, cuál no sería mi sorpresa al descubrir una ciudad con muchas características europeas, sobre todo de París y de Madrid en su urbanismo y una sociedad con trazos muy conservadores; esto se acentuaba porque al haber llegado durante el invierno, el atuendo e indumentaria de abrigo, a más de elegante, era muy recatado.
Recuerdo uno de mis primeros análisis, observando a los estudiantes, tanto del bachillerato público como en el privado, asistían a clases con saco y corbata, pelo corto y bien peinados generalmente fijado el cabello con gel, no podía dejar de contrastar con la indumentaria del colegio al que yo asistí en Quito, jean marrón al cual algunos estudiantes se empeñaban en lograr el mayor deshilachado, pelo largo e informalidad, no dejó de encantarme la presentación porteña.
Formado en la escuela de Plinio Correa de Oliveira, él nos enseñó que para trabajar en un país hay que conocer su esencia, esto es sus aspectos más notables, pues eso nos indicaría su vocación y papel en el concierto internacional, como en el ámbito local. Apreciando estas características comprendería a sus habitantes y podría orientar mejor lo que en lenguaje religioso se llama de apostolado, es decir aproximar la sociedad a Dios, metodología que nos encamina al encanto y admiración de las cualidades de un pueblo. También decía el Dr. Plinio que generalmente los defectos o aspectos decadentes de una sociedad son los contarios a sus cualidades. “Argentina donde los horizontes no son sino fronteras de nuevos horizontes” discursaba Plinio Correa de Oliveira en una visita a ese país, para así mostrar el llamado a la grandeza de la otrora Nación, conocida como el granero de Europa.
No hay dudas de ese llamado a la grandeza de la Argentina; es muy fácil reconocer por todo lado y sobradamente se observan las huellas y expresiones de ese aspecto que aparecen tanto en su paisaje, cuanto en su urbanismo, como en el brillo de su sociedad, en los grandes escritores, artistas y hombres de pensamiento.
Tuve la maravillosa experiencia de que cuando llegué a Buenos Aires, el medio en el que me relacioné, estaba conformado por familias tradicionales practicantes de un catolicismo tradicionalista entre los cuales se encontraban exponentes de esa grande y mítica Argentina, personas de cortés, fino y amable trato, un tipo humano sobresaliente, elegante, caballeroso, de maneras agradables y culta conversación, arraigadas tradiciones y prácticas Católicas, viviendas con decoro europeo, exquisita gastronomía en la que destaca la mejor carne del mundo, animadas por un espíritu de mantener y defender la tradición católica que venía siendo minada por la secularización de la sociedad, y socavada por el igualitarismo.
En medio de esto, un sector importante de la clase alta de Buenos Aires se mantenía fiel a un catolicismo tradicional. En varias ocasiones pude asistir a Misa dominical de medio día, en la Iglesia del Carmelo en el barrio la Recoleta, me impresionaba las muchas familias, siempre con buen gusto y elegancia, los hombres vestían más a la usanza inglesa y con numerosos hijos, todos asistiendo a Misa con piedad y religioso fervor.
Otra maravillosa iglesia de Buenos Aires es la del Santísimo Sacramento, en el barrio del Retiro, en la plaza San Martín, (diseñada por un paisajista traído de París) dotado de hermosos palacios y mansiones, entre ellas el palacio Anchorena ubicado a una cuadra de la iglesia, cuya dueña Mercedes Castellanos de Anchorena, mandara construir, pues decía que “si ella vivía en un palacio, su Dios debía tener el propio” y para la construcción se trajeron los más finos materiales del mundo entero, vitrales con incrustaciones de oro y plata, mármol de Carrara, mayólicas venecianas, tallas de madera realizadas en Europa, un órgano de cinco mil tubos y muchas otras maravillas.
En el mismo barrio el Palacio Paz, actual Círculo Militar, residencia de un antiguo diplomático argentino; el museo de armas un palacio en el que se exhiben desde armas medievales hasta otras de nuestros días. Un barrio que muestra la grandeza y religiosidad de su sociedad.
No era este el único barrio de Buenos Aires con estas notables características, en Palermo numerosas mansiones y palacios adornaban la ciudad, en muchos lugares edificios suntuosos son muy frecuentes, sin duda era la ciudad de Sud América con el mayor número de palacios así como también abundantes parques, plazas, monumentos adornados con jardines y esculturas.
En el campo también era muy frecuente encontrarlos, tales como el Talar de Pacheco, o el Palacio Álzaga – Unsué, rodeados de grandes extensiones de tierra en las que pastan magníficas ganaderías, fueron motivo de mi encanto y admiración al conocerlos.
Cierta ocasión visitando el Museo de Arte Decorativo, antiguo palacio Errázuriz, pude ver un pequeño taburete tallado en madera, recubierto en pan de oro y forrado con una delicada seda verde claro en la que estaban bordadas unas hermosas hojas y flores color plata, que perteneció a la Reina María Antonieta, debidamente documentado y como parte de su colección permanente de exhibición, no me resistí a tocarlo con las manos, asumiendo que de alguna manera estaba tocando a la reina María Antonieta de Francia, de quien Plinio Correa de Oliveira dijera, “una muñeca que se convirtió en Reina, una Reina que se convirtió en mártir”.
El teatro Colón, catalogado dentro de los tres mejores teatros del mundo, ha presentado en sus escenarios a las principales figuras de la música clásica y de la ópera, los artistas que consiguieron debutar en teatro Colón alcanzaban la más alta realización de su carrera.
En la actualidad hay grandes cuestionamientos al papel de las élites, pero la verdad si no fuese por el papel que desempeñaron las élites, Buenos Aires nunca hubiera sido la gran capital a la que se la conocía como el París de América.
Tres grupos se pueden identificar en las élites argentinas, las familias de Buenos Aires con origen en la colonia, las familias de inmigrantes que durante el final del siglo XIX obtuvieron destaque y riqueza y las familias de las provincias vinculadas al campo y la política, fueron estás élites que fruto de su gran admiración por la Europa de la Belle Epoque, consolidaron la grandeza de la Argentina, su hegemonía e influencia fue notoria hasta la década de 1940, en que el peronismo irrumpió como una fuerza sindicalista – socialista, con lo que empezó el eclipse de este sector de la sociedad.
Sin embargo, la vida cotidiana de la sociedad argentina hasta la década de los ochenta estaría marcada por las características de una vida cultural muy amplia, la música y las artes tenían profusa difusión, la vida familiar era intensa, y el catolicismo se encontraba arraigado fuertemente, los niveles de educación media y superior eran bien altos, todo esto hacía de Buenos Aires una ciudad de gran categoría.
La Argentina estaba dotada de una extensa clase media, ilustrada y bien acomodada, que brindaba gran estabilidad al país, buen vestido, magnifica comida, estudios superiores, de la cual salieron tres premios Nobel de carácter científico.
Un hecho impresionante conmovió a todo la sociedad, a los treinta y siete años se quitó la vida Cristina Onassis, quien desde hace algunos años residía en Buenos Aires, también sorprendido leí los varias artículos que sobre el asunto se publicaban, nadie salía del asombro que la hija del magnate, millonario, de los primeros en el mundo, a quien nada faltara y todo lo tenía en bandeja de oro, agobiada por las tristezas de su vida tuviese un fin tan trágico. En las crónicas sobre el acontecimiento se reproducía una entrevista en la que preguntaban a Cristina Onassis por qué decidió vivir en Buenos Aires, respondió que era una ciudad donde todavía la vida de las familias estaban impregnadas de valores familiares, lo que ya no tenía en París y otras ciudades donde había residido, y que ella estaba en busca de aquello, este comentario confirmaba las virtudes que aún eran habituales en la sociedad porteña.
Las transformaciones modernistas de inspiración holywoodiana, destruyeron las identidades por el mundo entero, y los estándares de la american lifestyle modelaron nuevos padrones y estilos de vida; Europa dejó de inspirar la vida de las sociedades y Estados Unidos de Norte América primó como modelo. Argentina no fue la excepción, recuerdo claramente escuchar a jóvenes y adultos, decir a raíz de un mundial de futbol: “tenemos que cambiar, nos va a ver el mundo entero y vamos a parecer atrasados, hay que llevar pelo largo” y así fueron asumiendo posturas que los alejó de su identidad.