
Plinio Corrêa de Oliveira, un nombre que por sí solo, evoca toda una vida entera consagrada al servicio de Dios, de María Santísima y de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Su persona y su acción a lo largo de toda su vida manifestaron una luz que presenta múltiples aspectos: Extasiado adorador de la Sagrada Eucaristía, ardiente hijo y esclavo de la Santísima Virgen, líder católico indiscutible, polemista intrépido en favor de la ortodoxia, brillante pensador…
Y cuántos otros títulos más se podrían enumerar. Sin embargo, entre tantos atributos, hay una preciosa herencia que, como se verá más adelante, brilla especialmente.
En este 30º aniversario de su encuentro con Dios, la TFP rinde homenaje a su Fundador y recuerda sus ardientes palabras escritas en El Legionario, en julio de 1939:
“En la época en que vivimos, pienso que no debe haber para el católico preocupación más viva y constante que el incesante fortalecimiento de los lazos espirituales que lo unen a la Santa Iglesia.
San Agustín dijo que nadie puede tener a Jesucristo como Padre si no tiene a la Iglesia como Madre. La medida de nuestra unión con Cristo se calcula por la medida de nuestra unión con la Iglesia. Ahora bien, para un católico no basta con que esa unión se traduzca en la creencia en algunas verdades de la Fe y en la práctica de algunos Mandamientos. O es completa, o no existe.
Sin embargo, no es difícil comprobar cómo el mundo, el demonio y la carne conspiran para destruir esta unión sobrenatural. Y cuando no logran destruirla, su conspiración se vuelve hacia el objetivo de debilitarla de todas las formas posibles, con el fin de asestarle, tarde o temprano, un golpe mortal. Ante todos estos peligros, el católico no debe oponer una actitud simplemente minimalista.
Por el contrario, lejos de contentarse con mantenerse dentro de los límites de la ortodoxia, apoyado en el muro divisorio que lo protege del abismo de la herejía, debe esforzarse por hacer cada vez más íntima esa unión con Cristo. Y, para ello, nunca será lo suficientemente recomendable la práctica espiritual que consiste en aprovechar todas las ocasiones para intensificar en nosotros el amor a la Santa Iglesia”.

Ya en 1978, en una reunión en la que se celebraba el 69º aniversario de su bautismo, con frases entremezcladas de lágrimas y sollozos, el Dr. Plinio afirmaba:
“Inesperadamente para mí y a pesar de mi habitual placidez, esa emoción me invadió por completo cuando escuché la referencia a un varón católico apostólico romano… Porque eso es lo que quiero ser: hijo de la Iglesia. Si amo tanto a mi madre es porque ella me condujo a la Iglesia. Y si la amé hasta el final fue porque hasta el final, la examiné y hasta el final, noté que en ella todo conducía a la Iglesia Católica. Pero mi amor es por la Iglesia. Quisiera pedirles precisamente que en esta fiesta, que es de comunicación de almas, en la que ustedes agradecen a Nuestra Señora el don que amo desmesuradamente de pertenecer a la Iglesia —recompensa demasiado grande que me fue dada antes de merecerla—, que ustedes quisieran a la Iglesia Católica como yo la quiero. Carísimos, hay varios aquí a quienes conozco desde hace treinta años o más. A todos ellos continuamente, no he hecho otra cosa que decirles: Amad a la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana; aquella Iglesia a quien amo tanto que no tengo palabras para hablar sobre ella. Y, simplemente al pronunciar su nombre, soy incapaz de decir después el mundo de elogios y de amor que en mi alma existe».

Amor y fidelidad a la Santa Iglesia
¡Amor y fidelidad a la Santa Iglesia! Se puede decir que este es el principal legado del Dr. Plinio para nuestros días, forjado a lo largo de una existencia consagrada al servicio de la Esposa Mística de Cristo y sellado con su ofrenda como víctima expiatoria por el triunfo de ella.
Es con afecto y veneración filiales que recordamos este brillante atributo de nuestro Fundador, en el 30º aniversario del bendito día en que Dios llamó a su lado a tan ilustre hijo de la Santa Iglesia. El amor y la fidelidad de Plinio Corrêa de Oliveira, varón plenamente católico, apostólico y romano, no solo marcaron la Historia, sino que le imprimieron un rumbo estableciendo los fundamentos del Reino de María.


“Después de mi muerte, espero junto a [María Santísima] rezar por todos, ayudándolos así de manera más eficaz que en la vida terrenal. En cualquier caso, a todos y a cada uno les pido encarecidamente y de rodillas que sean sumamente devotos de Nuestra Señora durante toda su vida”.
Plinio Corrêa de Oliveira (de su testamento, escrito en enero de 1978)