Reproducido por TFP-Ecuador el 19 de enero de 2024
La piedad de los verdaderos hijos de la Iglesia no se contenta con saber que Nuestra Señora, en virtud de los más sólidos e indiscutibles argumentos teológicos, es nuestra Madre. Ella se complace en admirar, en el orden concreto de los hechos, el poder ilimitado y el amor inconmensurable con los cuales esa Madre dirige la vida de cada uno de nosotros, implorando junto al trono de Dios las mejores gracias para sus hijos, guiándoles los pasos en los trances tan difíciles de la vida espiritual y apartando de su camino, en lo referente a la vida terrena, todos los sufrimientos que no sean indispensables a la santificación.
Ningún católico puede negar que la Santísima Virgen es la Medianera de todas las gracias y que, por lo tanto, sin el apoyo de sus oraciones nadie se puede salvar.
La fermentación de un espíritu demasiado vuelto hacia las cosas mundanas lleva a algunos católicos a imaginar que deben ocultar en su apostolado las exigencias austeras de la moral católica, la cual no raramente exige de los propios neófitos, en vista de ciertas circunstancias de la vida, sacrificios absolutamente heroicos. Tales espíritus dicen que la declaración del deber lleva a asustar a las almas; mejor sería hablarles de derechos más que de deberes, de permisos más que de obligaciones, de tolerancias em vez de luchas. Así, aceptarían más fácilmente la Doctrina Católica.
Sin analizar todo cuanto hay de equivocado en tal concepción, acentúo solamente que, en lugar de deformar el catolicismo sustrayendo a los ojos de todos la austeridad de su moral, se debería proclamarlo completo como él es, predicando, juntamente con la austeridad, las verdades suaves y consoladoras que nos hacen no solo soportable sino atractivo el camino a seguir.
En lugar de perpetuos retrocesos, de indefiniciones intencionales, de transigencias que colindan decididamente con el más censurable laxismo, sería preferible que se atrajera a las almas con la proclamación del amor de Dios a los hombres manifestado, sobre todo, en los misterios inefablemente consoladores de la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, en la definición del amor del Corazón de Jesús y de las gracias infinitas que Él nos dispensa, en la devoción a Nuestra Señora.
Son esas verdades las que llenan de luz el camino austero y que, en lugar de apartarnos de la senda del bien, nos dan fuerzas para trillarla intrépidamente y nos conservan igualmente distantes de una permisividad y de un rigorismo heréticos.
El apostolado de conquista no puede tener como proceso el repliegue sistemático ante el espíritu del mundo, la omisión de nuestros deberes que no se debería llamar de astuta, y el disimulo del catolicismo. Manifestemos con santa ufanía las cruces, las espinas, las luchas que hay en las vías del verdadero católico. Tal actitud no espantará a los neófitos si supiéramos mostrarles ese camino resplandeciente de gloria por el fulgor del Sol de las almas que es el Corazón de Jesús, y suavizado a cada paso por la sonrisa maternal de María. *
* Cf “O Legionário”, 18/2/1940