Tradición, Familia y Propiedad – TFP

Cómo nació en el Dr. Plinio la admiración por la lógica

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El propio Dr. Plinio narra que su admiración por la lógica provino de su contacto con los jesuitas, especialmente en el colegio donde estudió:

Antes de entrar al colegio [San Luis], cuando alguien en mi presencia desarrollaba un raciocinio particularmente notable, reflexionaba: “¡Pero qué bien pensado está eso! ¡Esa persona, de repente, dijo algo que vale la pena escuchar!” Y de inmediato pensaba: “¿Sería yo capaz de decir algo así? No veo posibilidades… Tal vez porque todavía soy muy joven. Esperemos… Admiraré a los demás”.

Sin embargo, en las clases del maestro Costa¹ pude explicar mi encanto y mi entusiasmo por el pulchrum del raciocinio…

[…] Él tenía una característica curiosa y singular: cuando hablaba con mucho entusiasmo sobre San Ignacio, o mientras decía algo muy sutil, concluyendo la refutación de una posición opuesta, la punta de su nariz se movía un poco. Y, cuando él manifestaba su inteligencia de modo especial, ¡tenía la impresión de que esa punta incluso se volvía luminosa!

Me quedaba mirando, encantado. Esa nariz era un punto de análisis especial para mí. A veces prestaba atención a la agudeza de la lógica, a veces al movimiento de la nariz, la cual me parecía que dibujaba el gráfico del raciocinio y el vuelo de los argumentos. Parecía la proa de un navío; ¡una aguja en cuya punta estuviese el brillo de la conclusión!

Recuerdo mi reflexión: “Me gustaría hacer raciocinios como este hombre. ¡Necesito aprender! Incluso sería bueno que mi nariz tuviese esta forma, pero con tal nariz o sin ella, eso es un don del espíritu, una dote, una cualidad que necesito adquirir”.

¿Espíritus fuertes o rebeldes?

Este profesor poseía la dialéctica de la Compañía de Jesús en alto grado. Hacía raciocinios piadosos de carácter apologético y, en ocasiones, llegaba a conclusiones duras que alcanzaban mis defectos. Yo quedaba encantado, pues comenzaba a conocer la severidad de la Iglesia a través de la lógica ignaciana. Sin embargo, percibía que muchos estarían en desacuerdo con él si lo escucharan: todos los ‘espíritus fuertes’ que yo conocía. Ciertos ateos bigotudos, vistosos y de aspecto mandón que afirmaban que la era de la Religión había terminado y atacaban algunos puntos de la doctrina católica en nombre de la razón, como por ejemplo, la Presencia Real en el Santísimo Sacramento. Ellos decían:

—¿Puede un hombre caber en un pedazo de pan? Incluso, ¿un Hombre que murió hace dos mil años? ¡El pan es pan y el hombre es hombre! ¡No puedo creer en esto! ¡Soy un espíritu fuerte!

Aún no sabía discutir y, en la joven indignación de mi silencio, pensaba: “Si un hombre afirmara ser pan, diría que está loco”. Sin embargo, Nuestro Señor Jesucristo dice ser el Pan bajado del Cielo, y yo exclamo: “¡Él es Dios! Su santidad y sabiduría son tan superiores a las de cualquiera, que Él está por encima de todo pensamiento humano y no puede haber sido objeto de la creación literaria de nadie. Este Hombre no es inventado. Él es uno solo con el Creador y de ahí le viene Su poder. Así que cuando Él dice ‘Yo soy el Pan vivo’, doblo mis rodillas y beso el suelo”.

¿Y este ateo se declara “espíritu fuerte”? Puedo ver de dónde viene este espíritu: si Dios lo dispensara de la práctica de algunos Mandamientos que conozco, él también creería… ¡No necesito saber cómo es su vida! Basta saber lo que él niega para entender lo que hace. ¡Él no es un fuerte, sino un rebelde! Es ateo por ser sublevado. ¡No tengo nada en común con él!

Entonces, me encantaba cuando escuchaba al maestro Costa dar un argumento que silenciaría a estos hombres, ¡pues concluía sus argumentos de manera irrefutable!

Admiración por la lógica ignaciana

Yo analizaba la firmeza de las palabras del maestro y pensaba: “Lo que escucho de la gente común no tiene este brillo. ¿Qué tiene él?”

Hasta que un día él mismo explicó:

—Esto es lógica.

Exclamé interiormente: “¡Es la lógica! ¡Qué maravilla!”

Y esta lógica brillaba especialmente en las digresiones que él hacía elogiando a la Compañía de Jesús. Concluí que los jesuitas no tenían apenas una escuela de lógica, sino la escuela de lógica por excelencia, a través de la cual trataban los asuntos en su mayor profundidad, sacando todas las consecuencias necesarias, hasta el último extremo. Así comencé a entusiasmarme por la lógica.

Fue el adviento, la entrada encantadora de la lógica en mi vida.

Me decía a mí mismo: “Por más maduro que yo sea en el futuro, e incluso estudiando mucho, ¡tengo la certeza de que no adquiriré una lógica mayor que esta!”

Y pensaba: “Este maestro es brasileño como yo, y desarrolló sus cualidades intelectuales en el mismo país donde yo nací. Él no aprendió todo esto en su Amazonas, sino que lo recibió aquí, de los padres jesuitas… En el fondo, fue San Ignacio quien se lo dio. ¡Él es hijo de San Ignacio!”

No se puede imaginar cómo las clases del maestro Costa me hicieron conocer el espíritu ignaciano. Yo juzgaba ver a San Ignacio en él.

Entonces hice un propósito categórico:

“Este modo de raciocinar, de concluir y de actuar es perfecto. ¡Quiero tomarlo para mí, durante toda mi vida, definitivamente! Si admiro a San Ignacio tanto como pueda, ¿quién sabe si él también me dará algo de esta lógica? ¡Eso depende de que yo sea muy puro, enteramente puro, intransigentemente puro! Pues este espíritu no les es dado a los impuros. Si soy inflexiblemente puro, más tarde comenzará a nacer en mí una lógica como la del maestro Costa. ¡La lógica de San Ignacio!”

El encanto del raciocinio

Entonces, haciendo algunas demostraciones lógicas por mí mismo, me di cuenta de que estaba raciocinando: en base a ciertos datos, sacaba una conclusión. Eso me pareció muy interesante y, en cierto momento, hice la siguiente reflexión: “¡Curioso! ¡Cómo funciona y se confiere! ¡Qué maravilla!”

Estaba encantado de haber descubierto en mí mismo la existencia del raciocinio, o sea, de un proceso por el cual podía conocer otras verdades.

Entonces sentí un verdadero alivio, acompañado de dos impresiones: la primera era la del horizonte que se ensanchaba; y la segunda era una sensación interior de luz, claridad, fuerza y ​​destreza. Comencé a percibir que la lógica era en mí como un brazo que comenzaba a moverse y articularse, y tuve una especie de embriaguez, con una exclamación interior: “¡Qué magnífico! ¡Soy racional!”

Cuando acompañaba un raciocinio clarísimo, me parecía ver una luz. ¡El punto de partida del raciocinio se me presentaba como una esfera de cristal muy límpida, trabajada y ordenada, a través de la cual veía el mundo!

A partir de entonces, el encanto de mi alma era moverse al llamado de la lógica, más o menos como un niño pequeño que ha salido de la cuna y ha echado a andar. Cuando entendí la lógica, mi alma entera pidió “andar”, o sea, raciocinar, discurrir, alinear premisas y sacar conclusiones.

Sentido común, lógica y fe

También me puse a buscar el valor lógico de las certezas que había adquirido a lo largo de la vida, y pensé: “Percibo que ya he raciocinado muchas veces, pero ¿cuántas convicciones tendré en el alma que no han sido raciocinadas? ¿Serán verdaderas? Si la verdad se obtiene mediante un raciocinio bien hecho, a toda certeza debe precederle un raciocinio. Ahora bien, tengo la mente llena de certezas. ¿Dónde están los raciocinios?”

Recuerdo muy bien haber llegado a la siguiente conclusión de inmediato:

“Tengo tantas certezas que, si tuviera que raciocinar sobre cada una de ellas, pasaría el resto de mi vida confirmando lo que ya sé. ¡Eso no puede ser! Este método parece muy bueno, pero está roto. Veo algo contrario al sentido común emergiendo en él…”

“¡Ah! Entonces, ¿¡existe algo llamado ‘sentido común’ al que el raciocinio no siempre obedece!? ¿Qué es el sentido común? Todavía no sé explicar… Pero percibo que él existe dentro de mí y, si acepto cualquier ‘cuchillada’ del raciocinio contra este sentido común, ‘sangraré’, ¡y no puedo permitirlo! Por el contrario, si el raciocinio florece en la línea del sentido común, caminaré en una cierta dirección, de acuerdo con el orden y la armonía”.

“Por lo tanto, ¡cuidado con el raciocinio! Es muy bueno y debe ser usado, pero podría compararse con un caballo durante una carrera: si se sale de la pista, ¡habrá un desastre! El sentido común es la pista del raciocinio. Cuando la lógica galopa y se aparta del sentido común, ¡debe ser frenada! No puede haber conflicto entre el raciocinio y el sentido común; pero si tuviera alguna duda entre los dos, haré prevalecer el segundo mientras no encuentre la solución…”

Sin embargo, cuando escucho las explicaciones de los sacerdotes del [colegio] San Luis, percibo que su lógica nunca contunde mi sentido común, sino que, por el contrario, lo distiende y lo alegra. ¿Por qué? Es que ellos justifican la Fe Católica. Entonces, hay un trípode: sentido común, lógica y Fe.

Cada vez que raciocino en base a los principios de la Fe, siento que mi sentido común se eleva mucho más, como una planta que recibe el rocío. ¡Este es un rocío bajado del Cielo! ¡Qué maravilla! ¡No se podría imaginar cosa igual!

Sentido católico

Entonces, observando, analizando y reflexionando sobre las cosas de la Iglesia, fui viendo que el binomio ‘raciocinio-sentido común’, aplicado a la Fe, daba un resultado curioso: muchas veces, cuando tenía un problema referente a la Iglesia o a la doctrina católica, incluso antes de saber lo que enseñaba sobre alguna cuestión moral, o cómo explicaba tal circunstancia de la historia y de la vida; antes de consultar un libro para descubrir su pensamiento, en la gran mayoría de los casos ya vislumbraba la solución, la cual me traía siempre una extraordinaria alegría de alma.

Por la unión con la Iglesia, se había transformado en mí una especie de sentido común complementario y superior: el sentido de las cosas católicas.

Así, naturalmente, nació en mí la expresión ‘sentido católico’. O sea, el sentido común a propósito de las realidades de la Fe, el cual vuela delante de la lógica. Tras él, reverente, el raciocinio va como un viajero, para rehacer en la tierra el camino que el pájaro ha recorrido en el cielo.

Comprendí que el sentido católico era un favor que yo recibía de la bondad de Dios.

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¹ Maestro João de Castro e Costa, SJ, antiguo profesor del Dr. Plinio en el Colegio San Luis. En la época, aún seminarista y novicio de la Compañía de Jesús.

Fuente (portugués): https://quodlibeta.blogspot.com/2022/01/como-nasceu-em-doutor-plinio-admiracao.html?spref=fb&m=1

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