Tradición, Familia y Propiedad – TFP

Fidelidad a la Cátedra infalible

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 El Papa Pío IX tuvo un primer período de su gobierno en el cual tomó una serie de medidas libera les, si bien que no hubiese cometido errores doctrinarios en sus documentos. Por esa razón, en la Italia de aquel tiempo – pintoresca, provechosa y eficientemente dividida en pequeños reinos, principados y ciudades libres – los partidarios de la unificación, que precisaban de un grito para coligar y atraer para una acción común a sus correligionarios, pasaron a gritar “Viva Pío IX”. Este grito, reclutaba en las calles lo que había de más revolucionario y ordinario en la lucha contra aquellos pequeños tronos.

En esa situación difícil en que un Papa era, al fin de cuentas, un símbolo de la Revolución, vivía un
gran santo, Don Bosco, en cuyos colegios había penetrado también aquello que se había convertido
en un grito de rebelión. Entonces, San Juan Bosco dio la siguiente orientación: “Está prohibido gritar ‘Viva Pío IX!’ Griten: ‘Viva el Papa!’”

Es una salida soberanamente inteligente, porque si es verdad que, de vez en cuando, se pueda gritar “Viva Pío IX” u otro nombre cualquiera, a veces se debe callar, a veces llorar, y siempre rezar. En
todo caso, un grito que siempre debe ser dado es: “¡Viva el Papa!”, “¡Viva el Papado!”

Esa actitud de San Juan Bosco fue analizada en su proceso de canonización y no impidió que él
fuese canonizado, ni que su obra fuese bendecida por la Providencia prodigiosamente.

En la raíz de este asunto hay una distinción muy importante entre la persona del Papa – sujeta a
miserias humanas y a errores, en toda la medida que no esté implicada la infalibilidad – y, de otro lado, la institución del Papado, totalmente diferente de la persona.

Así, la Fiesta de la Cátedra de Pedro es grandemente oportuna, porque celebra al Papado en cuanto siendo una Cátedra infalible que se dirige al mundo entero. Por lo tanto, es objeto de esa conmemoración, la infalibilidad, la ortodoxia, aquello por donde el Papado no erra nunca.

Debemos, pues, besar en espíritu al Papado, ese principio de sabiduría e infalibilidad de la autoridad que gobierna la Iglesia Católica Apostólica Romana. Y, por medio de la Santísima Virgen, agradecer a Nuestro Señor Jesucristo por la institución de esa Cátedra que es propiamente la columna del mundo, puesto que, si no hubiese la infalibilidad, la Iglesia estaría destrozada y el mundo completamente perdido, pues los hombres no encontrarían el camino del Cielo.

Sin embargo, es pertinente recordar que la fidelidad a la Cátedra no se confunde con la aceptación incondicional de lo que hace la persona. Nuestro Señor Jesucristo estableció una distinción entre la Cátedra y la persona, y no podemos suponer a la Iglesia como ella no fue hecha por su Divino Fundador.

Por lo tanto, nuestra suprema fidelidad a la Cátedra de Pedro debe radicar en esto: si el catedrático hiciera algo que la Cátedra no enseñó, nos quedamos con la Cátedra hasta la muerte, a ejemplo de San Juan Bosco, considerando siempre que no puede haber una fidelidad abstracta al Papado que no corresponda a una fidelidad concreta al Papa reinante, en toda la medida que sea infalible y detenta el poder de gobernar a la Iglesia Católica.*

* Cf. Conferencia del 21/2/1964

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