Reproducido por TFP-Ecuador el 21 de febrero de 2024
El Papado tiene diversas camadas de belleza. En cuanto instituida por Nuestro Señor Jesucristo – “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18)– y que llega hasta nuestros días a través de todas las vicisitudes por las cuales pasó: lances de suprema gloria como de la mayor humillación y oprobio terrenos; ora expuesta a las mayores vacilaciones ora asentada en la más firme seguridad, la Cátedra de Pedro tiene una belleza estrictamente religiosa, que es suprema.
Otra forma de pulcritud inherente al Papado es la de gran institución existente dentro de la historia italiana, con todo cuanto eso significa. Entonces, tomando los pontificados de San Gregorio VII, de Bonifacio VIII –con la bofetada de Anagni–, después los del período anterior al protestantismo, los de la Contrarreforma y los posteriores a esta, Pío VI, Pío VII que fue tomado prisionero, las glorias y las humillaciones del Papado, sus flaquezas…
También en cuanto reyes de los Estados Pontificios, viviendo en los esplendores del Vaticano, inmersos en el ambiente de la cultura italiana, formando en torno de sí aquella nobleza romana y toda la sedimentación cultural, histórica y artística que constituye un merecido ornato temporal del Papado en su gloria religiosa.
Se distinguen, pues, dos glorias. Este segundo aspecto es el del Papado como una grandísima institución terrena, europea, italiana, romana. Hay, inclusive, una cierta continuidad de la Roma de los Césares en el caso.
Son aspectos que no se contradicen, se suman, formando una pulcritud verdaderamente única.
Vista así, la Cátedra de Pedro presenta varias camadas de majestad, de las cuales una es la propia majestad de Nuestro Señor Jesucristo y la del pensamiento teológico, de la misión profética y divina a través del tiempo.
Otra es la gloria histórica de una institución que resistió tanto, sobre la cual se acumularon los siglos, que interactuó tan a fondo en la historia de todos los pueblos, siendo el alma y la consciencia de las naciones más importantes de la tierra.
Después, el ocaso, con dignidad, del poder papal; es otro aspecto que contiene también una gran majestad.
Todo eso se expresa en los guardias suizos, en la guardia noble, en la guardia palatina, en las trompetas de plata de Miguel Ángel, en la silla gestatoria, en la corte pontificia, en la gloria de Bernini, y hasta en los sampietrini.1 Gloria como esa no se manifiesta en ningún otro lugar, es única.
Ay, gloria que va siendo eliminada… De hecho, no sería tan gloriosa si no fuese así, pues todas las cosas que tienen verdadera gloria están siendo extintas.2
1) Adoquines de la plaza de San Pedro.
2) Cf Conferencia del 27/1/1983.