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Nuestra Señora de la Gloria

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Reproducido por TFP-Ecuador el 30 de julio de 2023

Otrora, cuando se mencionaba la Asunción de María a los Cielos, se refería a esa fiesta como siendo la de Nuestra Señora de la Gloria. Eso porque se entendía que la Asunción de la Santísima Virgen no se limitaba al hecho físico de salir de esta Tierra y subir al Cielo resucitada, sino que era su glorificación.

En efecto, después de haber vivido en este mundo, humilde y desconocida, pasando por toda especie de sufrimientos, angustias, dilaceraciones y humillaciones, María Santísima es glorificada por Nuestro Señor a los ojos de los mismos hombres por medio de un privilegio único en la Historia del mundo, por el cual una mera criatura es llevada en cuerpo y alma al Paraíso celeste, donde Ella está en este momento, gozando de modo inenarrable de la visión beatífica.

De seguro, esta exaltación fue acompañada de expresiones de gloria indecibles. La naturaleza entera debe haberse regocijado de un modo espléndido: ¿qué colorido tomaron los cielos? El sol, que en Fátima bailó y cambió de colores ¿cómo habrá aparecido durante la Asunción? ¿Qué cánticos angélicos, perfumes, armonías, consolaciones interiores sintieron las almas? ¡Nadie lo sabe, pero deben haber sido verdaderamente inefables!

Ella que poseía un alma santísima, una dignidad, una majestad y una afabilidad inexpresables, permitió que transpareciera, en ese momento, de modo extraordinario, toda su gloria interior: su santidad en la mirada, en la fisionomía, en su cuerpo, el cual irradiaba chispas de luz.

Como ocurre cuando las madres se despiden de los hijos, debe haber habido una efusión de misericordia y de bondad supremas, dando a todos la seguridad de estar más presente que nunca en la Tierra a partir del momento en que Ella dejaba los hombres y comenzaba su gran misión en el cielo.

Desde entonces, la gloria de Nuestra Señora desde lo alto del cielo no se escondió; al contrario, se manifestó cada vez más. No hay en la tierra una iglesia digna de este nombre donde no haya por lo menos un altar dedicado a la Santísima Virgen; no hay un alma que se haya salvado sin haber sido devota de Ella; no hay una gracia que los hombres reciban que no sea obtenida por la Madre de Dios.

Así, la gloria de María va creciendo hasta el fin de los siglos. Y en el día del Juicio final se dará su suprema glorificación. ¡Es indecible cómo será el cántico de alabanza de Nuestro Señor Jesucristo, del Divino Espíritu Santo y del Padre Eterno a Ella, en aquel día! Cuando no haya más Historia, la vida de la humanidad haya cesado y el punto final de los acontecimientos del género humano esté colocado, entonces la Virgen María recibirá una glorificación verdaderamente insondable.

Nuestra Señora se complace en hacer valer su gloria a través de aquellos que, pocos pero numerosos, valen por la unión interior como Ella. No eran muchos los presentes en la Asunción, pero el hecho echó una tal raíz en la memoria de los hombres que, veinte siglos después, fue proclamado como un dogma.

Es con la gloria de Nuestra Señora refulgiendo en nuestros corazones que debemos afirmar que, en esta medianoche del reino del demonio en la cual el mundo está sumergido, desde ya comenzaron a aparecer las primeras claridades del Reino de María, haciendo irreversible la promesa de Fátima: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!*

* Cf. Conferencia del 13/8/1966

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