Apesar de ser siempre llena de gracia, hubo un determinado momento en que María Santísima, por su fidelidad perfectísima y predilección gratuita de Dios hacia Ella, adquirió la plenitud de dones celestiales correspondiente: el instante en que Ella se volvió Esposa del Espíritu Santo y Madre del Salvador.
La santificación de Nuestra Señora continuó hasta el momento en que, después de la Ascensión de Jesucristo, recibió el Espíritu Santo para distribuirlo a toda la Iglesia, pues en Pentecostés el Paráclito bajó sobre Ella en forma de una llama que se derramó sobre todos los Apóstoles.
Finalmente, cuando le resultaba como que imposible crecer en santidad, de tal manera su alma estaba repleta de dones celestiales, la Madre de Dios tuvo su “dormición”, como es llamada su muerte, por un lenguaje teológico muy apropiado y poético.
En efecto, fue de la plenitud recibida por María que vinieron todas las gracias para los hombres.
Así, la humanidad entera se beneficia del transbordamiento de las gracias de la Santísima Virgen.
(Extraído de conferencia de 04/08/1965)