Tradición, Familia y Propiedad – TFP

Un gran país por la fe

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Reproducido por TFP-Ecuador el 19 de julio de 2025

La misión de Brasil consiste en iluminar amorosamente al mundo con el «lumen Christi» que la Iglesia irradia. Bienaventurado este pueblo sobrio y desapegado, porque de él es Reino de los Cielos.

Tal vez no sería osado afirmar que Dios ha colocado a los pueblos de su elección en panoramas apropiados a la realización de los grandes destinos a los que son llamados. Y no hay quien al viajar por Brasil no experimente la confusa impresión de que Dios destinó para escenario de grandes hazañas a este país cuyas trágicas montañas y misteriosos peñascales parecen que invitan al hombre a los supremos arrojos del heroísmo cristiano, cuyas verdes llanuras aparentan inspirar el surgimiento de nuevas escuelas artísticas y literarias, de nuevas formas y tipos de bellezas, y en el margen de cuyo litoral los mares parecen cantar la gloria futura de uno de los más grandes pueblos de la tierra. […]

Y hoy, cuando Brasil emerge de su adolescencia a la madurez y se tambalea en las manos de la vieja Europa el cetro de la cultura cristiana, que el totalitarismo querría destruir, a los ojos de todos se hace patente que los países católicos de América son en realidad el enorme granero de la Iglesia y de la civilización, el terreno fecundo donde podrán reflorecer con un brillo aún mayor que nunca las plantas que la barbarie está arrasando en el Viejo Mundo. América entera es una constelación de pueblos hermanos. En esta constelación, inútil es decir que las dimensiones materiales de Brasil no son una figura de magnitud de su papel providencial. […]

La misión providencial de Brasil consiste en crecer dentro de sus propias fronteras, en desplegar aquí los esplendores de una civilización genuinamente católica apostólica romana y en iluminar amorosamente todo el mundo con el haz de esa gran luz, que será verdaderamente el lumen Christi que la Iglesia irradia. Nuestra índole afable y hospitalaria, la pluralidad de razas que aquí viven en fraternal armonía, el concurso providencial de los inmigrantes que tan íntimamente se insirieron en la vida nacional y, ante todo, las normas del Santo Evangelio jamás harán de nuestros anhelos de grandeza un pretexto para jacobinismos tacaños, para racismos estultos, para imperialismos criminales. […]

Brasil no será grande por la conquista, sino por la fe; no será rico tanto por el dinero como por la generosidad. […]

Bienaventurado este pueblo sobrio y desapegado, pese al esplendor de su riqueza, porque de él es el Reino de los Cielos.

Bienaventurado este pueblo generoso y acogedor, que ama la paz más que las riquezas, porque el posee la tierra.

Bienaventurado este pueblo de corazón sensible al amor y a los dolores del Hombre Dios, a los dolores y al amor de su prójimo, porque incluso en esto hallará consolación.

Bienaventurado este pueblo varonil y fuerte, intrépido y valiente, hambriento y sediento de las virtudes heroicas y totales, porque será saciado en su apetito de santidad y grandeza sobrenatural.

Bienaventurado este pueblo misericordioso, porque alcanzará misericordia.

Bienaventurado este pueblo casto y limpio de corazón, bienaventurada la inviolable pureza de sus familias cristianas, porque verá a Dios.

Bienaventurado este pueblo pacífico, de idealismo limpio de jacobinismos y racismos, porque será llamado hijo de Dios.

Bienaventurado este pueblo que lleva su amor a la Iglesia al punto de luchar y sufrir por ella, porque de él es el Reino de los Cielos. 

Extraído de: Saludo a las autoridades civiles y militares.
In: Legionário. São Paulo. Año XVI. N.º 525 (7 set., 1942); p. 2.

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