Tradición, Familia y Propiedad – TFP

Venti et mare obœdiunt ei

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Reproducido por TFP-Ecuador el 23 de diciembre de 2023

En la noche de Navidad es normal que, reunidas las familias junto al santo pesebre, piensen en las gracias recibidas a lo largo del año que está terminando y en las perspectivas que se abren para el año nuevo que se aproxima

Cristo Nuestro Señor es el centro de la historia. En Él se dan cita el pasado, el presente y el futuro. Por lo tanto, es justo que esos pensamientos afloren, entre muchos otros, al espíritu de aquellos que procuran ser fieles a la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana en nuestra sociedad tan conturbada.

Por todas partes vemos corrupción, confusión y ruina, materia abundante para que nos sintamos carentes de la protección divina y la pidamos con toda devoción al Niño Jesús, por medio de José y de María Santísima, cuya intercesión junto a Él tiene un valor tan decisivo.

Con todo, no podemos celebrar esta magna fiesta como si fuese un año cualquiera. Nuestra Navidad debe ser como una casa de familia donde la madre se encuentra gravemente enferma y padeciendo dolores atroces. Se comprende que se monte un árbol navideño y haya un movimiento de piedad y de alegría a propósito de fecha tan augusta. Pero eso debe ser dominado por el recuerdo de la madre enferma, proyectando una especie de luz violácea sobre las festividades.

Así debe ser la atmósfera que debe reinar en nuestras conmemoraciones navideñas, por razones bien conocidas de todos. Debemos, pues, cargar el dolor de nuestra Santa Madre la Iglesia durante esta Navidad y saber tener un espíritu de reparación en los actos de piedad que ofrezcamos en esta ocasión.

La Virgen Santísima, con seguridad, desde el primer instante reparaba junto al Niño Jesús todos los sufrimientos que Él iba a padecer. Al contrario de lo que se acostumbra pensar –o sea, que las tristezas son inconvenientes para la Navidad–, aquella noche sacrosanta tuvo tristezas.

Ahora bien, en las actuales circunstancias, no tener ese pesar por la situación de la Santa Iglesia es inconcebible. Entonces, el cáliz de dolor está siendo sorbido hasta la última gota, y nosotros, en vez de meditar en los cálices con hiel ¿pensamos apenas en las copas de champaña? ¡¿Cómo un alma verdaderamente católica puede ser así?!

Sin embargo, una confianza imperturbable debe acompañar esa tristeza. No nos dejemos asustar por los embates que sacuden el mundo moderno. Una palabra del Divino Maestro puede imponer lí- mites a la tormenta y salvar a los que están con Él en la barca.

Después de haber ordenado a los vientos y a las aguas revueltas del Lago de Genesaret que se aplacaran, seguramente Jesús escuchó de sus discípulos este comentario que habrá alegrado su Sagrado Corazón: “Qualis est hic, quia et venti et mare obœdiunt ei?” – “¿Quién es éste a quien hasta los vientos y los mares le obedecen?” (Mt 8, 27).

No hay vientos que la Providencia Divina no reduzca al silencio, ni mares que ella no contenga en los debidos límites, en la medida en que esto sea para la mayor gloria de Dios y salvación de las almas.

De nuestra parte, debemos pedir al Niño Dios la gracia de poder dar a la causa de la Civilización Cristiana todos los servicios necesarios para contener los asaltos de la inmoralidad y de la corrupción contemporánea.*

* Cf. Conferencias del 20/12/1965 y 30/11/1990.

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