Tenemos que comenzar por suplicar a Ella que nos dé esa dedicación, el amor a Dios, el entusiasmo por la causa católica, aquella compenetración del espíritu católico que hizo con que el gran Apóstol San Pablo dijese de sí mismo: “no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí” (Gal. 2, 20). Si pedimos fuerzas a la Santísima Virgen, las obtendremos, Ella es la Reina de los valientes. La Santa Iglesia aplica a la Madre de Dios esta frase de la Escritura: “Terrible como un ejército en orden de batalla” (Cant. 6, 4).
Debemos, pues, impetrar a Nuestra Señora principalmente dos gracias: una gran confianza en su misericordia, y que Ella nos dé su intransigencia soberana, perfectísima, la indignación triunfante con la cual presidirá los acontecimientos predichos por Ella en Fátima.