Tradición, Familia y Propiedad – TFP

“El hombre que no tiene una pasión todavía no empezó a vivir”

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Este pensamiento es de San Pedro Julián Eymard. Qué afirmación tan radical: “quien no tiene una pasión no comenzó a vivir”, es una verdad impresionante; podemos haber cumplido muchos años de vida pero si no hemos tenido una pasión es como si no los hubiéramos vivido.

Continúan más reflexiones del santo sobre la necesidad de ser apasionados expresada con una fuerza y un desbordamiento que el volumen de agua que arrojan las más grandes cataratas que existen en la naturaleza son pequeños frente a sus afirmaciones.

“Toda virtud, todo pensamiento que no termine en una pasión, que no acabe por convertirse en una pasión, no producirá jamás nada grande”; en esta afirmación queda claro que para alcanzar grandes cosas o niveles de excelencia es necesario vivirlos internamente y realizarlos con gran pasión. Esta actitud humana de vivir las pasiones buenas con tanta fuerza nos indica que el ser humano constantemente está llamado a vivir en el extremo de sí mismo.

La pasión implica un gran entusiasmo, un gran amor, una gran dedicación, y no se confunde con la ansiedad, con el frenesí, con el nerviosismo o la locura; la pasión afina con todas las virtudes como la serenidad, requisito indispensable para los buenos resultados de la inteligencia y el equilibrio del espíritu. Las pasiones humanas son buenas o malas sujetas a la aplicación que las personas le den.

San Pedro Julián Eymard invita a impulsar la pasión del amor a Jesús Sacramentado como única respuesta válida al amor que Nuestro Señor Jesucristo tuvo por nosotros al ofrendar su vida en la Cruz para redimirnos, este es el camino que nos señala el Santo y ese es el principal enfoque de un amor apasionado por Dios. Es la única respuesta justa a Jesús que murió para salvarnos, amor con amor se paga.

Este mismo principio se aplica a todas las circunstancias de la vida: si todos los seres humanos fuésemos apasionados por cumplir la vocación que tenemos cada uno, viviríamos en un mundo de perfecciones maravillosas que serían un espejo del Cielo. Qué idea tan contraria a la mediocridad que invadió muchos ambientes católicos y que redujo la piedad y el amor a Dios a una visión mortecina y gris.

Contemplando este llamado al ser humano de vivir apasionado por el bien, la verdad, la belleza, en suma, apasionado de amor por Dios, se comprenden las grandes hazañas y epopeyas del cristianismo. El fuego de los apóstoles que habiendo recibido al Espíritu Santo se lanzan a la conversión y conquista del mundo para el cristianismo, la altiva decisión de los mártires que al ser entregados para que las fieras los devoren por no abandonar su Fe avanzaban con firmeza, confianza y cantando himnos religiosos, el alejamiento de los Cruzados de la acogedora y ordenada Europa, para realizar enormes travesías llenas de peligros y hambre, teniendo como techo el cielo y como lugar de reposo el suelo, hasta llegar a enfrentarse en cruentas batallas en las cuales muchos morían pero que nada les detenía hasta reconquistar el Santo Sepulcro. La vida contemplativa y de oración de los religiosos y religiosas que de por vida pasaban su vida en un monasterio, la penitencia de los santos para vencer las tentaciones y practicar la virtud tales como Santo Tomás de Aquino que se revuelca en una mata de espinos en medio de la nieve para alejar las tentaciones de impureza, ninguna de estas actitudes se entendería, si no hay un amor apasionado por Dios. Se podrían citar numerosos casos de extremas y apasionadas actitudes inspiradas en la fidelidad y amor a Dios que en la historia de los santos las encontramos con enorme abundancia, lo que queda claro es que la virtud y la grandeza se alcanzan con actitudes apasionadas.

Bien colocados frente a esta situación de la vida de que “quien no tiene pasiones no empezó a vivir” se pone una pregunta irrecusable: ¿cuáles son mis pasiones? ¿Vivo apasionado de algo o todo lo que realizo está signado por una pastosa mediocridad? Plinio Correa de Oliveira decía que el hombre se realizaba plenamente cuando se operaban en él la suma de las edades, es decir, a medida que transcurren los años las personas acumulan lo más grande que su alma produjo en cada edad y lo destilan en la fina punta del alma. Cómo esta visión es diferente del anciano chocho e inútil, estado con el que se quiere generalizar a todos los que llegan a edades avanzadas. Sin duda hay enfermedades degenerativas que consumen el cuerpo humano, pero también muchos llegan a los últimos años de su vida irradiando los esplendores de sabiduría, virtud y experiencia. Este estado lo alcanzan más frecuentemente personas que dan sentido a sus vidas sirviendo grandes ideales y entregándose al servicio de ellos en forma apasionada. Quienes centraron el sentido de su vida en actos de trabajo meramente productivos para atender necesidades materiales, cuando su humanidad no responde a las fuerzas necesarias para ello, pierden muchas veces el sentido de la vida.

Pidamos a la Reina de las Victorias, Madre del Buen Suceso, que nuestras actitudes sean opciones apasionadas por todas las formas de amor a Dios que trazan en la tierra el rumbo hacia el Cielo en que la felicidad eterna será sumamente apasionada.

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