Oh María Santísima, que nunca os negáis a acoger ningún pecador, dadnos la gracia de comprender que junto a Vos encontraremos el más seguro y suave refugio.
Os suplicamos, oh Madre, que de lo alto del Cielo desciendan sobre vuestros hijos – transponiendo suave y victoriosamente capas espesas de pecado – vuestras bendiciones maternales.
Como los discípulos de Emaús al Divino Redentor, nosotros os pedimos que esas bendiciones permanezcan con nosotros, porque se hace noche sobre el mundo. A cada instante, a cada angustia y necesidad, ellas nos ayuden a mantener la más entera y filial confianza en Vos.
Madre y Señora nuestra, en esta emergencia, realizad por nosotros todo lo que de solicitud, desvelo, penetración psicológica y misericordia hacéis a los hijos que os piden con verdadera confianza.
Oh Madre, nosotros os amamos, en Vos creemos y esperamos. Imploramos vuestro perdón por los que no creen, no esperan y no os aman. Amén.
(Compuesta por el Dr. Plinio en abril de 1980)