Nuestro Señor Jesucristo es Rey, tanto en lo que concierne al poder espiritual cuanto al tem poral. La corona que Él usa simboliza la plenitud de su poder, no el dominio necesariamen te limitado de un monarca terreno sino el poder ilimitado de Dios.
Esto significa que la más alta figura de la organización humana no es un rey o cualquier otro jefe de Estado, ni un Papa, sino que es Cristo Rey.
La doctrina de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo es propia a despertar una profunda adoración en relación a Él, inclusive en lo referente al poder temporal, considerado como mero instrumento del Hombre-Dios, Señor de todas las cosas y dominando todo: Rex regum et Dominus dominantium.
Esta concepción de que el cetro global del poder se encuentra en las manos divinas de Nuestro Señor Jesucristo eleva tanto la idea sobre la sociedad temporal, que de ahí deriva la noción de sacralidad.
Por otro lado, Nuestro Señor, en cuanto presente en la Sagrada Eucaristía, tiene un título de peculiar presencia entre los hombres y, por lo tanto, también en la Historia, en la cual Él es especialmente actuante a partir del Santísimo Sacramento. Porque Jesús en la Eucaristía es, por así decir, Nuestro Señor que bajó del Cielo a la Tierra y, como Hombre-Dios, continua junto a los hombres la lucha que inició por ocasión de la Encarnación del Verbo.
Así, sería necesario agregar a Nuestro Señor, al lado del de Sacerdote, Pontífice y Rey, el título de Guerrero en el ejercicio de su realeza. Atributo que no se confunde con la realeza, sino que le es inherente. Los de Cristo gladífero [ndr. que porta espada] y Cristo Eucarístico están, pues, en la misma línea, interviniendo dentro de la Historia, conviviendo entre los hombres.
En cuanto Eucarístico, Él es el Buen Pastor; en cuanto gladífero, sería más el Dios del Apocalipsis, que presenta a Nuestro Señor Jesucristo como un caballero que avanza terrible, montado en un caballo blanco con una espada en la boca, para combatir.1 Por lo tanto, el símbolo del caballero más que simplemente armado.
Como caballeros católicos, debemos querer imitar al Divino Maestro que tiene bondades inconcebibles, pero también severidades terribles. Así es el verdadero caballero: bondadoso, misericordioso, paciente, pero que en cierto momento, recibe una señal de Dios indicando que acabó la hora de la misericordia y que comienza la de la justicia. Con esta actitud debemos considerar a aquellos que nos atacan y nos persiguen, persiguiendo a la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Si la Sagrada Escritura presenta a Jesucristo así, es porque Él tiene también este aspecto, en cuanto paradigma del caballero. En esas condiciones, Él debe ser admirado y amado por nosotros como un guerrero justísimo, defensor de una causa santísima que es su misma Causa, pues Él es la propia Inocencia y Justicia que embiste indignado contra aquellos que rechazan su misericordia e insisten en destruir su obra. Visto desde este ángulo, el Apocalipsis es la narración de las intervenciones divinas en la Historia, o sea, Cristo Rey entrando en la Historia y venciendo.
Como corolario de eso, tenemos la realeza de María Santísima. Porque todo el poder de Cristo sobre
los hombres pasa antes por Nuestra Señora. Ella es, por así decir, la Reina Madre regente de la Terra.2
1) Cf Ap 1, 16; 6, 2.
2) Conf. Conferencias del 2/9/1982, 10/9/1989, 30/4/1993.