A partir de la Revolución Industrial, se esparció por el mundo gran confianza en la tecnología y en la capacidad humana para generar un progreso continuo resolviendo todas las necesidades del hombre. Esta idea fue acompañada de un optimismo sin límites a la que se juntaba una exacerbación por el deseo de gozar la vida y multiplicar los placeres; preocupaciones de otro orden eran secundarias.
Sin embargo las preocupaciones no podían desaparecer, el siglo XX fue convulsionado por dos guerras mundiales, innumerables guerras civiles, revoluciones y una multiplicidad de conflictos que se arrastran hasta nuestros días, de manera incontable en muchísimos frentes y que se encuentran insolubles.
Hasta hace poco, a estos conflictos que no se podían ocultar, se les daba la espalda, pues la fuerza de la economía, el desarrollo tecnológico, los avances de la ciencia en tantos campos, causaban indiferencia ante las grandes crisis que pululan sobre las naciones.
El covid 19 con sus olas de contagio y muertes, mutación de cepas, confinamientos interminables, quiebras económicas en proporciones mundiales, incertezas sobre el resultado de las vacunas, y una falta de saber el desarrollo y fin de esta situación de cuándo aparecerá la luz al final del túnel, ha generado angustia e incertidumbre en la humanidad.
Súmase a esta situación un especial empeño de la midia en publicar, difundir, y mostrar hasta la saciedad todas las deficiencias, carencias y conflictos de la actualidad, los mismos que no dejan de ser reales, pero que día a día mediante todos los órganos noticiosos se los hace llegar al público como aspecto principal y relevante de la vida diaria, aumentando el desconcierto y desesperanza.
En el orden político y administrativo no hay nación del orbe que escape a la corrupción, cuestionando así la viabilidad de los sistemas democráticos, y la solvencia de las instituciones ejecutivas, legislativas y judiciales sobre las que se asienta la democracia. Las recientes noticias que anuncian una condena de tres años de prisión para el ex presidente de Francia Sarkozy, (BBC NEWS, 01/03/2021) confirma que no hay país que escape a esta situación.
Otrora frente a estas circunstancias, enormes sectores del mundo encontraban respuestas y camino frente a las dificultades, en la voz de la Iglesia Católica imbuida de santidad y respeto. Desde hace algunos años esa voz se encuentra desprestigiada por una falsa iglesia (la “sinagoga de Satanás” en palabras del apóstol San Juan) que ha surgido en las propias entrañas del templo sagrado, desacreditándola por los constantes, metódicos e interminables actos de auto-demolición, en que no ha quedado fuera ninguna forma de corrupción o negación y contradicción de la ortodoxia.
Lúgubre y triste perspectiva del mundo contemporáneo que otrora gozó de las espléndidas maravillas de una cultura y civilización cristiana.
Frente a este panorama, en que pocos se atreverán a negar o a calificar de exagerado, frente a esta tormenta que amenaza en profundizar los abismos de la decadencia actual:
¿HACIA DÓNDE MIRAR CUANDO ARRECIA LA TORMENTA?
Es imposible no evocar los legendarios faros marinos, que diseminados por las costas del mundo entero, desde lo alto de sus torres irradiaban potentes y brillantes rayos de luz, indicando a los navegantes como atravesar escollos, sobrepasar tormentas y arribar a puertos seguros.
A lo largo de la historia de la humanidad, los hombres de Fe se volvieron hacia Dios en las más terribles de las situaciones, y siempre de forma indefectible encontraron esos luminosos faros que Dios fue colocando en el camino de la humanidad, señalando su ayuda a las criaturas para una existencia de luchas premiada con la felicidad eterna.
Después de cuatrocientos años de pavorosa esclavitud de los judíos en Egipto, Dios escuchó el clamor de su pueblo, los mismos que tantas veces lo habían abandonado entregándose a la religión y creencias del pueblo que los sometía; suscitó Dios un hombre providencial de quien el historiador Tomás Walsh diría “Moisés: el hombre más grande de la historia porque Jesucristo es Dios”. Mediante el poder Divino, Moisés sometió el orgullo del Faraón y los condujo hacia la tierra prometida, en el desierto columnas de fuego los guiaban por la noche, columnas de humo durante el día; para saciar el hambre hacía llover maná del cielo; partió las aguas del Mar Rojo para evitar la espada del Faraón; y en las profundidades de las aguas sucumbió la caballería egipcia; tocó con su vara las rocas y brotó el agua que apagaba la sed del pueblo en el desierto. No hubo portento ni milagro que Moisés no realizase para mostrar el poder de Dios y cumplir su ofrecimiento de entregar a su pueblo la tierra prometida.
Invito al lector a que recorra la Historia Sagrada del antiguo y nuevo testamento, la historia de la Iglesia Católica desde lo alto del Calvario hasta este nuevo Calvario, en que los nuevos fariseos crucifican a la Esposa Mística de Cristo, para encontrar los faros y los Moisés que Dios fue entregando a la humanidad para manifestar su presencia, voluntad y protección.
Luminoso y poderoso faro, como ningún otro quiso Dios dar a la humanidad en los inicios del Siglo XX y mandó a su Madre Santísima mediante las apariciones de la Virgen en Fátima a los inocentes pastorcitos, para que adviertan al mundo sobre la mala senda que habría emprendido y los desastres que la humanidad atraería sobre sí por las ofensas insondables al mismo Dios, pero prometiendo el triunfo de su Inmaculado Corazón y dulce consuelo y protección para los que se coloquen bajo su amparo mediante el rezo del Rosario.
Lector, que los sufrimientos de estos días de pandemia te motiven a encontrar los faros puestos por Dios para navegar seguro en estos días tormentosos. De mi parte pongo a tu alcance el luminoso resplandor de un gran faro que no solo irradia potentes rayos de luz para seguir un camino de salvación, sino en el cual suenan maravillosos cánticos de amor a Dios, devoción a María Santísima, fidelidad a la ortodoxia, a la verdadera Iglesia Católica, práctica de la virtud, futuro y esperanza: Plinio Correa de Oliveira, un varón católico, todo apostólico y plenamente fiel a la Iglesia Católica.