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La verdadera bomba atómica

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Reproducido por TFP-Ecuador el 12 de octubre de 2024

En los tiempos en que el Derecho Internacional, con sus reglas límpidas y generalmente aceptadas,
inspiradas en la Ley Natural y en la Doctrina de la Iglesia, estaba profundamente fundamentado en la consciencia de los pueblos, la fuerza no era el valor supremo de la vida internacional. Había a la luz del sol un lugar decoroso y seguro para naciones pequeñas y grandes.

Pero, con el declino de la influencia católica en Occidente, la moral se fue relajando, no solo en el campo de la vida doméstica, sino también en el de las costumbres públicas, y el Derecho Internacional fue siendo rápidamente achatado, deturpado y, por fin, devorado por el imperialismo.

La consecuencia extrema de esta evolución la tenemos ante nuestros ojos: el mundo dividido en dos
bloques, dos imperialismos, y pasando de una guerra para otra.

El progreso de la ciencia aumenta las posibilidades de acción del hombre. Cuanto mejor sea el hombre, tanto mayor será su capacidad de acción para el bien, si la ciencia le diera un largo margen de dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. El reverso de la medalla también es verdadero. Cuanto peor sea el hombre, tanto mayor será su capacidad para el mal, desde que en su maldad pueda servirse de medios naturales poderosos.

Ahora bien, al mismo tiempo en que la descristianización se acentuaba en Occidente, el dominio del
hombre sobre la materia se iba haciendo más completo. Así, su capacidad de destrucción creció. En nuestros días, la máxima degradación moral vino a coincidir con la máxima da capacidad de destrucción.

¿Quién se puede sorprender, pues, con el hecho de que el mundo este cubierto de ruinas y amenazado
de destrucciones siempre mayores? La misma generación que consumó la ruina de la moral internacional
inventó la bomba atómica. De ahí ¿qué puede resultar?

Se han ventilado varios medios para conjurar la catástrofe: procesos científicos que permitan circunscribir los efectos de la explosión atómica, subterráneos salvadores, etc. ¿Quién no se da cuenta que todo eso es incierto? ¿Quién puede aseverar que haya realmente un medio de defensa eficaz contra la bomba,
susceptible de ser descubierto por los científicos? ¿Quién puede garantizar que los científicos no vayan a
inventar aún otros medios de destrucción más poderosos?

Una vez puesta la cuestión en este terreno, ¿dónde está la solución? Nadie la entrevé, y de ahí esa desesperación, esa depresión que flota en el ambiente.

La cuestión está puesta en términos errados. El mal no está en la bomba atómica, está en el hombre. La verdadera bomba atómica que está destruyendo el mundo contemporáneo no es física, es moral. Es la impiedad.

Si, atendiendo a los pedidos de Fátima, la humanidad nuevamente volviera a Nuestro Señor Jesucristo,
si nuevamente se restaurara el Derecho Internacional sobre la única base que puede tener, la Roca de Pedro, ¿Por qué habría que temer la bomba atómica?

Pero, mientras los hombres no se vuelvan a la Iglesia y continúen rodando por el despeñadero de la impiedad y de la corrupción, ¿qué remedio puede haber para sus problemas?

Estos son los verdaderos términos de la cuestión. Y es porque nadie los quiere ver así que la incógnita
sigue insoluble.

* Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio “A semana em revista” En: “Santos Jornal”, 10/10/1949

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