Tradición, Familia y Propiedad – TFP

La nobleza y la lógica de San José

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Reproducido por TFP-Ecuador el 18 de marzo de 2023

El Dr. Plinio analiza las razones por las cuales San José puede y debe ser venerado en cuanto noble, y elogia la lógica, llevada hasta el heroísmo, del Patrono de la Santa Iglesia.

Pretendo comentar un texto extraído del capítulo VII del libro «Suma de los dones de San José», del Padre Isidoro de Isolano, dominico del siglo XVI, uno de los primeros teólogos católicos que atacó a Lutero. Es el Doctor de Teología sobre San José más importante. Esta ficha parece que contiene datos muy interesantes con respecto a este santo y el espíritu de la Iglesia.

Carpintero y Príncipe de la Casa de David

San José puede y debe ser, venerado en cuanto obrero, pero también en cuanto príncipe de la Casa de David. Por esa razón, hablando respecto a él, el Papa León XIII, uno de los Pontífices que más promovió la devoción a San José, dijo tajantemente que este santo no sólo debe ser venerado como modelo de príncipe, sino también como modelo, ánimo y estímulo de todos aquellos que pertenecen a grandes linajes decadentes, para que esas personas comprendan como, por la virtud, por la fidelidad a Dios, se pueden elevar al más alto grado de la santidad y realizar espléndidamente los designios de la Providencia sobre ellas.

Descendiente de rey, de sacerdote y de profeta

Téngase en cuenta que la nobleza humana puede considerarse en su causa, en su esencia y en su acción.

¡Está muy acertado! Para responder, es necesario comenzar por ver qué es la nobleza, para después deducir de ahí los argumentos contrarios. Y para saber qué es la nobleza, ella debe ser considerada en su causa, en su esencia y en sus acciones, o sea, en lo que la causó, en lo que es y en lo que ella causa. Perfecto. ¡No falta nada!

Considerándola en su causa, San José fue singularísimo en la nobleza de origen, pues tiene su origen en una triple dignidad: corporal, espiritual y celestial. O sea, una dignidad real, sacerdotal y profética, ésta última celestial, pues predecir el futuro sólo pertenece a Dios. David fue rey, Abraham fue patriarca, Natán profeta, y los tres fueron antepasados de San José.

Ahora bien, descender de un rey, de un profeta y de un sacerdote le confiere a una persona la nobleza más alta que pueda haber. Está espléndidamente bien argumentado.

¿Qué relación hay entre un rey y el cuerpo? El rey es el jefe de Estado. El Estado cuida, entre los hombres, lo que dice respecto al cuerpo.

El sacerdote hace para el alma lo que el Estado realiza para el cuerpo. Cuida de las cosas del alma, del espíritu.

El profeta es el representante de Dios, el portavoz de la palabra del Altísimo. Sobre todo cuando se trata del profetismo oficial, de un hombre mandado por Dios y cuya misión era garantizada por milagros, y que hablaba oficialmente en nombre del Creador, así como el embajador habla oficialmente en nombre de su rey. Evidentemente, esa es una situación altísima, una misión altísima.

Veamos ahora lo que él dice sobre la esencia.

Varón justo, esposo de la Reina del Cielo y padre nutricio de Jesús

San José era noble en su esencia, es decir, en su propia persona, porque en él encontramos la triple nobleza: fue justo en su alma, alcanzó la dignidad de esposo de la Reina del Cielo y tuvo el oficio de padre nutricio del Hijo de Dios.

Nuestra Señora no es Reina del Cielo y de la Tierra por una alegoría o una imagen; Ella lo es efectiva y auténticamente. Si la Reina Elizabeth fuese católica y reconociese, por lo tanto, la realeza de la Santísima Virgen, ella, al aparecer delante de Nuestra Señora, tendría que arrodillarse y colocar su corona a los pies de la Madre de Dios. Porque donde está Nuestra Señora nadie es rey, nadie es reina. Solamente Ella es la Reina y tiene todo el poder. Los reyes y las reinas no son nada más que sus representantes. Nuestra Señora es quien manda, porque todo el poder que Dios tiene sobre el universo, se lo dio a Ella. María Santísima es la Reina de todo el universo. Ahora bien, aquél que se casa con la Reina de todo el universo es noble, evidentemente.

Noten una cosa interesante: antes de mencionar la nobleza de San José como hidalgo casado con Nuestra Señora, el autor se refiere a la nobleza de San José porque él era justo, era un varón virtuoso que vivía en la gracia de Dios.

Ahí tenemos una tesis muy interesante en materia de nobleza. A los ojos de los hombres, un noble puede valer más que un plebeyo, porque no está escrito en la frente de nadie si está o no está en la gracia divina. Pero a los ojos de Dios, el plebeyo en estado de gracia vale incomparablemente más que el noble en estado de pecado. Es decir, el primer atributo de nobleza es la gracia de Dios. Es evidente.

De tal manera que en el Reino de María, si hubiere nobleza, yo soy de la opinión de que los nobles que vivan oficial y públicamente en estado de pecado pierdan la nobleza.

Más que gobernar todos los reinos e imperios del mundo

Él también dio pruebas al mundo entero, en sus obras, de una singular nobleza, pues recibió en su casa al Salvador del mundo, lo condujo sano y salvo a través de varios países, lo sirvió y lo alimentó durante muchos años con sus trabajos y sudores.

Es decir, él fue noble no sólo porque se casó con Nuestra Señora, sino porque Dios lo invistió de la función de gobierno más alta que pueda existir en la tierra, debajo de la María Santísima. Ejercer una alta función de gobierno, de acuerdo con los conceptos de la sociedad tradicional de aquél tiempo, ennoblecía, confería nobleza. Ahora bien, ser el padre del Niño Jesús, gobernarlo, así como a Nuestra Señora, es más que gobernar todos los reinos e imperios del mundo. Eso no lo recibió sólo del matrimonio; Dios lo escogió para esa tarea. Evidentemente, se comprende la excelsa nobleza que recibió por esa razón.

La humildad es el mejor ornamento de la nobleza

San Pablo se refiere a los predicadores que llevarían la fe al mundo, que debían de ser de origen humilde y simple, para que no se atribuyesen a su poder y sabiduría la dignidad de las maravillas que obraba la gracia de Dios mediante su ministerio; restando de ahí gloria a la cruz de Cristo. Por eso les dijo la Glosa: si no hubiese un pescador honrado, tendríamos pocos predicadores humildes.

El pensamiento es el siguiente: fue natural que entre los primeros católicos hubiese pocos nobles, y de ahí no se saca ningún argumento contra la nobleza. Porque si entre los primeros católicos existiesen muchos nobles, muchos poderosos, muchos ricos, se diría que el Evangelio conquistó toda la tierra por causa del prestigio de esos hombres. Ahora bien, eso no sucedió. No hubo ni nobles, ni sabios, ni poderosos, ni ricos. Fueron hombres simples que conquistaron. Por lo cual el milagro se hace patente. Y no es porque a la Providencia no le gustase la nobleza o no le diese valor, sino porque, para glorificar más especialmente a Dios, fueron escogidos hombres de una condición modesta para dar ese primer paso. Está muy bien argumentado.

Ahora viene otra razón:

Pero no era apropiado que el Rey de reyes conviviese en la intimidad con quien no era noble de espíritu ni de sangre. No era razonable que Aquél a quien le sirven millones de ángeles, escogiese como padre a quien no fuese noble de linaje; ni que tampoco la Virgen escogida como Madre, a quien admiran los habitantes de la Jerusalén celestial, fuese desposada por un hombre de origen plebeyo.

La humildad es la verdad. Humilde es aquél que, viéndose a sí mismo, reconoce la verdad a su respecto, se contenta con lo que es, no quiere ser ni más ni menos, porque Dios Nuestro Señor, que lo manda, lo colocó en la posición que él tiene. Por eso una persona puede ser muy humilde, aunque sea de una categoría altísima.

Las formas de grandeza de Nuestro Señor Jesucristo

Tercer argumento:
Constatamos que la Encarnación reveló la suprema humildad de Dios:
1º. El revestirse de carne humana. «Él se aniquiló, tomando la forma de un siervo» (Fil 2,7).
2º. Por su vida humilde. «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
3º. Por los dolores terribles de su Pasión. «Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor» (Lm 1,12)

Sin embargo, no apareció siempre en el exterior con la misma humildad; sino que por el contrario, mostraba su grandeza cuando convenía. Así vemos que Él enseñó con autoridad, hizo milagros y resucitó victorioso de entre los muertos.
¡No hay nada que decir! Está perfectamente respondido.

Más aún: la humillación de Dios en la Encarnación no habría sido mayor por escoger un padre de origen humilde; la humillación fue extrema y nada podría añadirse a la humildad que supone revestir a la divinidad de la naturaleza humana.

Él quiere decir lo siguiente: es algo completamente secundario decir que Nuestro Señor se humilló mucho al ser hijo de un obrero. La verdadera humillación de Él, siendo hijo de Dios, fue consentir en hacerse hombre. Delante de eso el resto es completamente secundario.

Una calma que sólo poseen los hombres lógicos

¿Cuál fue el lance de la vida de San José en el cual él llevó la lógica hasta el heroísmo? Fue aquél episodio muy conocido, cuando vio que Nuestra Señora había concebido a un hijo cuyo padre no era él. El Evangelio trata de eso. Él quedó entonces colocado delante de una situación absurda. María era evidentemente santa, de lo cual él no podía dudar, porque la santidad de Ella relucía de todos los modos posibles; por otro lado, se había creado una situación que él no conocía y con la cual no podía convivir.

En vez de denunciarla, como mandaba la ley hebraica, él tomó la única solución lógica: «el que sobra en esta casa no es esa Madre, dueña y reina de este hogar; ni el hijo que Ella concibió. Alguien sobra, pero ese soy yo. Voy a abandonar la casa y a desaparecer; porque no comprendo ese misterio, mas sin embargo no me voy a levantar contra él. Pasaré mis días lejos de aquí, venerando el misterio que no entendí».

Resolvió entonces huir de la casa, dejando a Nuestra Señora con el fruto de sus entrañas. Tenía que abandonar el tesoro más grande de la tierra; la Virgen María, lo cual representaba para él un sufrimiento inenarrable, inimaginable.

El Evangelio nos cuenta que él estaba durmiendo, cuando apareció un ángel y le dio la explicación. Es decir, antes de ese lance tremendo, San José estaba durmiendo. Iba a viajar y tenía que prepararse para ese viaje. Y fue durante el sueño que el ángel vino y le explicó todo. Él siguió durmiendo. ¡Vean la calma de él! Esa calma sólo la tienen los hombres lógicos. Se despertó por la mañana y la vida continuó normalmente. ¡Suma normalidad, suma coherencia, suma lógica!

Este rápido comentario queda a la manera de un elogio a esa lógica de San José.

(Revista Dr. Plinio, No. 204, marzo de 2015, p. 24-29, Editora Retornarei Ltda.,
São Paulo – Extraído de conferencia del 19.3.1976)

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