Tradición, Familia y Propiedad – TFP

Luz, el gran regalo

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Reproducido por TFP-Ecuador el 23 de diciembre de 2024

La noche ya estaba avanzada. Las tinieblas habían llegado al auge de su densidad. Todo en torno a los rebaños era un interrogante y un peligro. Quizá algunos pastores, relajados o vencidos por el cansancio, estuvieran durmiendo. Sin embargo, había otros a quien el celo y el sentido del deber no consentían en el sueño. Vigilaban. Y presumiblemente también oraban, para que Dios alejara los peligros que rondaban.

Súbitamente, una luz se les apareció y los envolvió: «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2, 9). Cualquier sensación de peligro se deshizo. Y les fue anunciada la solución para todos los problemas y todos los riesgos. Mucho más que los problemas y los riesgos de algunos pobres rebaños o de un pequeño puñado de pastores. Mucho más que los problemas y los riesgos que ponen en continuo peligro todos los intereses terrenos. Sí, les fue anunciada la solución para los problemas y los riesgos que afectan a lo que los hombres tienen de más noble y precioso, es decir, el alma. Los problemas y los riesgos que amenazan, no ya los bienes de esta vida, que, tarde o temprano, perecerán, sino la vida eterna, en la cual tanto el éxito como la derrota no tienen fin. […]

Así pues, en torno de los hombres todo eran tinieblas. Y en esas tinieblas, ¿qué hacían? Lo que hacen los hombres siempre que baja la noche. Unos corren hacia las orgías, otros se sumergen en el sueño. Por último, otros —y qué pocos— hacen como los pastores. Vigilan, al acecho de los enemigos que saltan en la oscuridad para atacar. Se disponen a presentarles duros combates. Rezan con la mirada puesta en el cielo oscuro, y las almas confortadas por la certeza de que el sol rayará finalmente, alejará todas las tinieblas, eliminará o hará volver a sus guaridas a todos los enemigos que la oscuridad cubre e invita al crimen.

En el mundo antiguo, entre los millones de hombres aplastados por el peso de la cultura y de la opulencia inútiles, había hombres escogidos que percibían toda la densidad de las tinieblas, toda la corrupción de las costumbres, toda la inautenticidad del orden, todos los riesgos que rondaban en torno del hombre y, sobre todo, el non sense al que conducían las civilizaciones basadas en la idolatría.

Estas almas escogidas no eran necesariamente personas de una instrucción o de una inteligencia privilegiadas. Pues la lucidez para percibir los grandes horizontes, las grandes crisis y las grandes soluciones, viene menos de la penetración de la inteligencia que de la rectitud del alma. Se daban cuenta de la situación los hombres rectos, para los cuales la verdad es la verdad, el error es el error. El bien es el bien y el mal es el mal. Almas que no pactan con la indisciplina del tiempo, intimidadas por el escarnio o por el aislamiento con que el mundo cerca a los inconformes. Almas de muchos quilates, raras y dispersas un poco por todas partes, entre señores y siervos, ancianos y niños, sabios y analfabetos, que vigilaban de noche, oraban, luchaban y esperaban la salvación. […]

*   *   *

¿Aún hoy existen hombres de buena voluntad auténticos, que vigilan en las tinieblas, que luchan en el anonimato, que miran al Cielo esperando con inquebrantable certeza la luz que volverá?

Sí, precisamente como en el tiempo de los pastores. […]

A estos auténticos hombres de buena voluntad, a estos genuinos continuadores de los pastores de Belén, les propongo que entiendan como dirigidas a ellos las palabras del ángel: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2, 10).

Palabras proféticas, que encuentran su eco en la promesa mariana de Fátima. Podrá el comunismo extender sus errores por todas partes. Podrá hacer sufrir a los justos. Pero, por fin —profetizó Nuestra Señora en Cova da Iria— su «Inmaculado Corazón triunfará».

Esa es la gran luz que, como precioso regalo de Navidad, deseo para todos los lectores y, más especialmente, para los genuinos hombres de buena voluntad. 

Fragmentos de: «Luz, o grande presente». In: Folha de São Paulo.
São Paulo. Año LI. N.º 15.533 (26 dic, 1971); p. 42.

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